jueves, 3 de noviembre de 2011

Toronjas (Relato)


Llegó al borde de la cama y se dejó caer de espaldas. En la computadora sonaban You and whose army y el pregrabado del chat de Facebook, anunciando conversaciones que no pensaba contestar. Como le dieron ganas de llorar, decidió cambiar de sintonía y respirando profundo, se dio a la tarea de quitar la amargura de una toronja. Se le ocurrió que la toronja era una alegoría del mundo.

Cambió la música. Revisó el chat. Allí estaba Y. No le contestó, pero sabía que de todas formas él le dejaría algunas palabras que le levantarían el ánimo. Así era Y.

Lore la invitaba al cine. 5 y media con el resto de las chicas en la dulcería. Pero no quiso cine. Abandonó la internet. Y renunció al café que de costumbre  seguía a la cinta mediocre que verían.

En la puerta de la recamara se escuchó un gruñido. Abrió la puerta y entró Rafles, un labrador que desde 3 años antes era su adoración. Lo abrazó y le dieron ganas de llorar. Pensó que quería abrazar a Y también. Y seguro que abrazándolo lloraría.  Decidió contestarle en el chat, pero cuando  lo abrió, él ya no estaba.
-Pues márcale- obvió Lore y ofreció- te paso su número.

Aceptó el número, aunque ya lo tenía en la agenda. No se atrevió a marcar. Se sintió tonta por no realizar la llamada y Radiohead volvió a sonar. Salvo un gajo, la toronja estaba entera. Entonces sonó el tono de los SMS. “Necesitas té o prefieres un helado. Traigo ambos. Abre la puerta.” Era Y.

-Tengo toronjas- fue lo primero que dijo al abrir la puerta, mientras él le mostraba las provisiones-. Pasa, están en mi cuarto.

Con la llegada de Y, el ambiente cambió, la voz de Yorke dio paso al Buena Vista Social Club y entre los cítricos y el helado, a sabiendas de la mala combinación, se pusieron a bailar.

Fue, quizás, la tarde más divertida de su vida. Con la noche llegó el té y el frío. Rafles se acurrucó en su cama, pero antes le dio un lengüetazo a Y, como señal de confianza. Sin cenar más que té y sándwich de mermelada, se recostó en la cama. El le besó la mejilla y ella lo convidó a pasar allí la noche. Fue, quizás, la mejor noche que él pasó en su vida. Quizás no.

Al amanecer, los ladridos del labrador los despertaron, mientras recibía mochilazos, el perro se aferraba a la pierna de Augusto, que no tardo en sangrar. Tenía su propia llave. Nunca la devolvió y ella no cambió el cerrojo en ningún momento de esos 6 largos meses, que iniciaron el día en que decidió abandonarla para probar suerte en otra ciudad y con otra persona.

Después de dos frases, una enojada y otra melancólica, Rafles regresó regañado a su cama y Y salió cabizbajo, lento, sin poder decir una palabra, tomó su bicicleta y empezó a pedalear sin rumbo. Unas calles después recordó que había olvidado un par de discos y una caja casi nueva de té.  Dio por perdidas sus posesiones.

Ella llevó alcohol y algodones y con las vendas selló no solo la herida, también la reconciliación. De lo ocurrido, sólo escribiría una nota de disculpa en Facebook.

-O-

Camino a casa, Y atropello a una peatona. Le dejo un moretón en el antebrazo y la llanta marcada en la pierna. En un acto de torpeza heroica, le intento sobar el antebrazo  y limpiar con sus manos la marca del látex sucio, agarrándole la pierna. Allí empezó otra historia. Quizá, una mejor historia.

3 comentarios:

Abraham Ramírez Castillo dijo...

Esta bien bueno, como siempre; pero me dejó algo golpeado.

Anónimo dijo...

Oye me gustó mucho. A mi me encantó el final, me puso feliz =)

Mina Jané

Julio César Ramírez dijo...

Muy bueno!! Me gusto el final y me quede intrigado por que seguía... tendrá secuela?