jueves, 17 de noviembre de 2011

Avionazo (Relato)



A todos nos sorprendió saber que la avioneta donde viajaba el Secretario de Gobernación se había ido a estrellar a la Sierra Tarahumara. Sobre todo, a unos meses de que el Presidente Enrique Roca Nieto pactara con los cárteles un cese al fuego. Dicen que al conocer la noticia, Roca Nieto se encerró a llorarle por dos horas, y que sólo salió de su habitación en Los Pinos, porque su equipo lo forzó a viajar al lugar del accidente.

En la Sierra de Chihuahua ya esperaba la prensa. El paso al lugar estaba restringido por elementos de la Agencia Federal de Paz y Seguridad, formada por ex agentes de la SIEDO y narcotraficantes redimidos.

Apenas llego el presidente, fue conducido al lugar donde yacían los restos carbonizados de la avioneta, junto a la mancha negra de lo que alguna vez fue flora silvestre. Roca Nieto no soportó la impresión y sin responder pregunta alguna, delegó a su vocero la responsabilidad de hablar con la prensa. Alfredo del Martillo, el vocero, se dirigió escuetamente a los reporteros, sólo para decirles lo que ya sabían: que en efecto, se trataba de la avioneta donde viajaba el Secretario de Gobernación, Emilio Chaufé, junto a la masajista, el barman, una mesera y dos pilotos; que el presidente estaba consternado, que era un día de luto.

Un día después, el procurador de justicia, Eduardo Bachoco, daría la versión oficial. “Fue una falla mecánica.  Los pilotos fallecieron como héroes”.

Sin embargo y como era de esperarse, las teorías de la conspiración brotaron por doquier. Algunos pensaron que se trataba de un ataque de algún cártel excluido en la negociación. Algunos más argumentaron que se trato de un boicot realizado por el Estado Mayor Presidencial. El momento chusco lo puso la Senadora por Guanajuato, Mirtha Sahagún, quién comentó que no podía excluirse la información que proporcionaban los códices mayas, que recordáramos que el 2012 era un año místico; fue reprendida por el líder del Senado, Marcelo Ebrard Casablanca, quién en un arrebato de prudencia le solicitó que dejara de decir tonterías.

El SEMEFO, sólo proporcionó datos para la nota sensacionalista, los tripulantes fueron reconocidos por algunas piezas dentales que no se carbonizaron por completo. El caso de Chaufé fue diferente, de él se encontró un brazo cercenado a varios cientos de metros de la chamuscada. Nada más.

El funeral fue de lo más solemne. El momento más conmovedor llegó cuando la Gaviota, con voz partida, entonó, es decir, cantó el himno nacional.

La silla de SEGOB quedó vacía casi un año. Nadie se animaba a suplirla. Con el tiempo llegó el olvido y del avionazo sólo quedó el 2 de diciembre, nombrado por la cámara baja, Día Nacional de los accidentes aéreos.

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Viene a cuento recordar lo que sucedió porque, justo ahora, más de cinco años después del accidente, he venido a toparme con una sorpresa que, de saberse, podría ayudarme a impulsar mi hasta ahora opaca carrera como periodista.

Hace un par de semanas, fui comisionado a un reportaje cultural sobre los Tarahumaras, sus costumbres y su organización. Vaya impresión la que me lleve al encontrarme con un habitante de cabello cano, piel blanca y un solo brazo… era el secretario Chaufé. Lucía visiblemente más delgado y su mirada proyectaba una paz que en toda su carrera política nunca mostró, además en sus pies descalzos se vislumbraban callos. Quise saber su historia.

Me costó gran trabajo ganar la confianza de los Raramuris, al final accedieron a hablar conmigo, aunque para ello tuve que despedirme de mi cámara y mi grabadora.

El día del accidente hubo uno que sobrevivió, desprendiéndose de sus ropas y con serias quemaduras en el cuerpo, a punto de desangrarse por perder el brazo, caminó hasta desfallecer. Por el camino donde el sobreviviente cayó, un grupo de Raramuris transitaba, al saberlo con vida, decidieron llevarlo con ellos. Una vez con la tribu, fue sanado, aunque pasó muchos días entre la vida y la defunción. Finalmente logró vencer a la muerte, aunque su cerebro se desprendió de todo recuerdo.

Con los Tarahumaras aprendió, de nuevo, a vivir. Aprendió sus costumbres y su idioma como si fueran los suyos. Tiene una nueva vida y en esa vida es feliz. Muy feliz.

Lástima que no tenga como probarlo.

(imagen: bibliocad.com)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy linda, al principio me recordó las narraciones de "Catín" jaja pero el final me hizo feliz, como siempre. Gracias!
Mina Jané

Julio César Ramírez dijo...

Muy bueno, una excelente fotografía del virtual elenco político para el año próximo. Personajes viejos que conocen más que bien la casa de Bucareli, los tratos que gracias a la posición privilegiada e importancia política se pueden avalar por un sello de casa.