domingo, 6 de mayo de 2012
EL COLECCIONISTA
Desde que tuve conciencia de ellas me atraparon, tanta belleza no podía concebirse en una parte del cuerpo humano. Las manos, extremidades poderosas y llenas de significado, aquellas que siempre han alimentado mi fascinación, aquellas que con ansia describo en cada pincelada, en cada lienzo que con avidez termino, me permiten ver un mundo, porque cada mano es diferente y cada una tiene una historia. Así es, a lo largo de mi vida, he descubierto que aquellas personas a quienes su rostro he de dejar inmortalizado en el lienzo, tienen una historia que las impulsa a llegar a mí. En estos tiempos es difícil encontrar personas que quieran un retrato, lo de hoy es la instantánea que luego de acudir a un estudio frío y lleno de lámparas, tripiés y una escenografía por demás artificial, uno puede obtener a un bajo costo y una espera de escasamente 10 minutos, un retrato que apenas captura la esencia de nuestro peinado apresurado, una sonrisa fingida, una mirada perdida y un momento tan fugaz que pierde significado en nuestras vidas.
Aun así, las personas siguen llegando a mí, tal vez porque la nostalgia de lo antiguo les remueve en las entrañas aquella necesidad de regresar a lo perdido, a lo venerable y qué más venerable y antiguo que yo, para dar esa experiencia a los jóvenes. Recuerdo bien aquel momento cuando la vi entrar, vestía unos jeans ajustados, zapatillas sin tacón que me recordaban a las que usan las bailarinas de ballet, blusa delgada para soportar el caluroso clima de primavera, y un bolso que bien podía pertenecer a su abuela, pero que ella portaba con orgullo al caminar.
–Buen día señor. Me dijeron que usted hace retratos en óleo y me gustaría que me hiciera uno.
Recuerdo la seguridad con la que lo mencionó, su sonrisa al terminar la frase. Aunque por alguna razón, me es imposible recordar con exactitud su rostro, sé que era angelical, no rebasaba los 25 años, toda una vida por delante, todo ese encanto y esas manos que parecían talladas por los dioses, no pude contenerme.
–Le han informado bien señorita y si así lo desea, puedo mostrarle algunos de mis trabajos para que pueda usted juzgar mi talento. Si las obras le gustan, podemos entonces hablar de precios, técnica, fechas…
–No es necesario, al parecer las personas de por aquí reconocen su talento y me han dado buenas referencias de usted, sé que pinta hermosos paisajes y ha montado algunas exposiciones, pero pocos han tenido la fortuna de ser retratados por usted y me gustaría ser una de esas afortunadas.
Mis sentidos vibraron, de ella emanaba tanta seguridad, porte y al mismo tiempo tanta ingenuidad que me fue inevitable recordar aquellos tiempos en mi viejo estudio, en que solía pintar a los extraños que se me acercaban pidiendo inmortalizar su figura.
–Pues bien jovencita, entonces podemos hablar de costos, y es necesario que sepa que este trabajo mío es muy artístico por lo cual el precio no es nada barato. Yo cobro por anticipado, y la obra la termino en dos días a más tardar, dependiendo el tiempo libre que usted tenga, aunque puede ser más tardado si su agenda es apretada.
–No es necesario hablar de costos, sé que es usted un artista y por ello estoy aquí. Me gustaría tener el cuadro listo hoy mismo, ya que este es mi último día en la ciudad antes de regresar a Guadalajara, así que espero no sea esto una tarea difícil para usted.
–Claro que no señorita, si así pone usted las cosas entonces es mejor que empecemos a trabajar para que su viaje no se retrase.
Ella tomó asiento en un viejo sofá donde le indiqué, acomodó su figura a modo de que estuviera lo bastante cómoda para permanecer así un buen rato y con una hermosa sonrisa me pidió que iniciara la pintura.
–Así que es usted de Guadalajara, y qué la trae a esta ciudad de locos si no es indiscreción.
–Turismo. Siempre quise venir a visitar las viejas calles de Coyoacán, me recuerdan un poco a mi hogar, pero sin duda tienen un encanto sin igual, estoy aquí desde hace una semana, visité el Centro Histórico, La Alameda, Xochimilco, La Basílica, Chapultepec y bueno, heme aquí.
–Es bueno que quiera conocer la ciudad, espero no la haya abrumado el ir y venir de la gente; el tráfico que está para morirse, la suciedad en que se encuentra, en fin... A mi edad todo me parece de locos. ¡Y para morirse, lo apabullante que es nuestro México!
–Para nada. Me ha encantado venir y de verdad espero poder regresar pronto a esta “jungla de asfalto”, como ustedes los chilangos la llaman.
–Espero no se arrepienta de su decisión señorita, pero en fin, si me permite el atrevimiento, ¿ya le habían dicho a usted que posee unas manos exquisitas? Perdone si la ofendo pero no puedo resistir hacerle ese cumplido.
–No me ofendo, al contrario, agradezco su amabilidad y cumplidos, porque de verdad nadie antes lo había notado, ni yo misma las considero extraordinarias. Me sirven para escribir y hacer mis labores, pero no las veo más diferentes que las de cualquier otro.
–Claro que no señorita…por cierto nunca me dijo su nombre.
–Clara, mi nombre es Clara.
–Mi nombre es Alberto para servirle.
–Lo sé don Alberto, ya me habían dicho su nombre cuando lo recomendaron.
–Debí suponerlo, aquí en el barrio todos nos conocemos, pero regresando al tema señorita Clara, creo que posee unas manos extraordinarias, que en algún momento de su vida le han servido de herramienta para realizar las cosas más bellas.
Con una sonrisa en el rostro respondió -Claro que no. Bueno, ahora que lo pienso, fueron estas manos las que una vez trajeron vida al mundo. Yo era muy pequeña, tendría unos 10 años cuando mi mamá entró en labor de parto y nos encontrábamos en el auto. Mi papá conducía rápidamente para llegar al hospital, mientras que mi mamá, daba unos gritos horribles, que bien podían haberle roto el tímpano a alguien. Yo estaba muy nerviosa, lloraba al compás de mi madre y ambas en la parte trasera del auto, tuvimos que improvisar con unas toallas y unos cuantos suéteres para traer al mundo a mi hermana. Recuerdo que cuando la tuve en mis manos, supe que nada malo podía pasar ya, sentí tanta paz y amor por aquella pequeña que ahora es toda una señorita.
–Traer una vida al mundo, qué cosa tan maravillosa y mágica, eso la hace a usted diferente ¿lo sabe? No cualquiera puede darse el lujo de presumir tal hazaña. Verá, para mí ese tipo de personas que saben hacer un buen uso de sus manos son muy especiales, son hasta cierto punto mágicas, con ángel las llamaría yo. Para mí, las manos son el instrumento que la vida nos dio para crear y transformar al mundo, es por ello que tengo gran afecto por tan bellas extremidades.
–Nunca había oído hablar a alguien así sobre una parte del cuerpo humano, ni siquiera a un médico que tiene fascinación por el estudio de la anatomía…pero en fin ¿qué tal va la pintura?, espero no estar interrumpiendo con mis historias de vida.
Empecé a notar su nerviosismo, supe que debía ocultar mi entusiasmo por sus delicadas y suaves manos. Supe que era el momento preciso para mostrarle mi obra, para que supiera que personas como ella, con tales manos, tienen un propósito más allá en este mundo.
–Claro que no interrumpe señorita, al contrario, hace ameno mi trabajo, del cual espero quede gustosa, pues he terminado.
– ¿De verdad? –Exclamó con entusiasmo- ¡quiero verlo, debe ser usted todo un genio al terminar en tan corto tiempo!
–No me alabe tanto jovencita, sólo hago mi trabajo, pero antes de que se lo muestre, me gustaría enseñarle unos cuadros que guardo para mi colección personal, mientras le invito una taza de té, si no le molesta, sólo para despedirla antes de su viaje.
–¡Oh! Bueno… claro, será un placer –expresó con sorpresa y extrañeza.
La conduje hasta un pequeño estudio de trabajo que tengo en casa, atravesamos la pequeña sala para llegar a él y le pedí tomara asiento mientras traía el té.
–Toma jovencita, espero esté bien de azúcar, a mi no me permiten beberlo muy dulce por mi salud, ya sabe, a los viejos ahora nos prohíben todo.
–No se preocupe, está perfecto para mí. Ahora, ¿dónde están sus obras? me gustaría verlas aunque rápidamente, pues no quiero perder el avión.
Entramos a la habitación poco iluminada y un poco empolvada por el tiempo, los cuadros se asomaban a lo lejos, mientras que unos estantes enormes aparecían a nuestro paso, sobre los cuales algunos frascos se asomaban. Al principio ella miraba fascinada, luego su mirada cambió, su rostro se paralizó y con violencia, arrojó la taza de té al suelo.
– ¿Pero qué es esto? -gritó con vehemencia-. ¿Quién es usted? ¿Cómo puede cometer tal horror?
De pronto nos encontramos rodeados de frascos de formol, cuyo contenido causó la repulsión y el horror de Clara. Las manos más exquisitas que había logrado pintar, se encontraban dentro, desde las más jóvenes hasta las más viejas, que aun dejaban ver sus arrugas bien marcadas a través de los frascos de cristal.
– ¿Qué diablos hace usted? –Gritó con un alarido hiriente, intentó correr pero de pronto se desvaneció en el suelo-.
Aun en el suelo, Clara intentaba huir de mí, se arrastraba con las pocas fuerzas que tenía, y entre susurros desesperados intentaba pedir ayuda.
–No te molestes pequeña, no podrás levantarte, no te esfuerces ni maltrates esas hermosas manos que tienes. El té que bebiste no sólo era agua con un poco de hierbas de olor, era un poderoso sedante que hará que tu cuerpo se inmovilice hasta que poco a poco tu corazón se detenga mi niña, pero ahora estarás a salvo conmigo, el tesoro que tienes en tus brazos, vivirá por siempre como todos estos que ves aquí.
Cuando su corazón dejó de latir, supe que ella siempre viviría aquí, entre mi tesoro de las manos más magnificas que han existido. Ahora mientras trabajo en algún paisaje para mandarlo a la galería, miro su pintura, bello cuerpo sin rostro donde resaltan sus hermosas y delicadas manos que ahora ya no le pertenecen a ella, sino a mi hermosa colección.
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