martes, 11 de octubre de 2011

Buenos besos y perversos besadores (relato)

De Jorge Alonso Espíritu
Imagen: El beso. Gustav Klimt

Estaba quebrado emocionalmente. Tres desencantos había sufrido mi enamoradizo corazón en breve tiempo.

Uno. Anita, la vecina. Nunca nos hablamos más allá de un hola. Pero siempre fue un hola sonriente. Su sonrisa era en extremo bella. Ella misma era dueña de una belleza sorprendente, acentuada por las rutinas de ejercicio que además de esculpir su cuerpo de modelo, la llenaban de endorfinas. Anita era, si tal cosa existe, mi prototipo de mujer ideal. Era, porque una mañana, cuando mi rutina de ejercicio llegó a su final, la vi salir de su casa, sonriente, con su cabello ondulándose con el aire y con un apestoso, molesto y vil cigarro.

Dos. Fernanda, la buena amiga. Nos habíamos contado todo. Bueno, yo le conté toda mi vida. Mis encuentros y desencuentros. Nuestra amistad maduro y dio frutos. O eso hubiera querido. La verdad es que sólo en mi imaginación existió una profunda atracción sexual mutua. O sea, que mientras por mi frente bajaban gotas de sudor por la noche, mientras pensaba en ella, Fernanda dormía feliz de la vida, sin acordarse de mi existencia. Ya me lo había dicho antes (yo pensaba que era una formade ocultar lo que sentía por mí): “No puedo enamorarme de ti”. Lo entendí en la madrugada de esa fiesta, en el cuarto de una amiga cuyo nombre no importa. Era lesbiana. Felizmente lesbiana.

Tres. Elizabeth, mi novia. Mi exnovia. La desilusión, en su versión “sufro-por-Eli-mi-adorada-Eli”, había llegado por cachitos. Primero, la tremenda cachetada que un día, en hora pico, me asestó en el metro, nomas para analizar la reacción del resto de los pasajeros. Luego, su nauseabunda sopa de fideos; si es cierto que al hombre se le conquista por el estomago, ella podría recuperar Texas, por el dolor de estomago que provoca su sopa. Después, su colección de “recuerdos tiernos”, que incluye la envoltura del condón con la que su primer amor la desvirgó. Y finalmente, la gota que derramó el vaso, el ya no más -aunque quiera-, el hasta aquí… 

…¿Cómo creen quesupe que Fernanda era lesbiana? 

-o-

Ella y su novio eran un ejemplo de sincronía. La ejecución de sus besos merecía un 9.9, siendo estrictos, pero todos les dábamos un 10. Nunca había visto tal conjunción de estética. Su forma de besarse igualaba la belleza de El Beso de Gustav, pero sin la tortícolis. 

En lo particular, estaba embobado. Cada que los veía juntos, fingía estar absorto en la lectura y entre líneas los espiaba concentrados en el acto de comerse a estéticos besos. Nunca había tenido, hasta entonces, vocación de voyeur, pero era inevitable. Acaso es que envidiaba sus labios con don de engranes. Que reconocía mi sutil fealdad y deseaba contagiarme de su altiva belleza. No se.

Fueron tantas tardes las que me entregue a la labor del curioso, que ella acabó por darse cuenta. Por mi suerte no dijo nada, aunque cohibió mi rutina.

-o-

En honor a la verdad, aquella fue una jugada muy chueca. Nada digna de un caballero. Afortunadamente, nunca aspire a ser uno.

La tarde que empezó lo nuestro, era una común. Aguacero afuera y anegación en los presentes. La mitad de los bohemios estaban tan ebrios que daban pena. 

Encontré en tan bochornosa situación el momento perfecto para recomponerme de las crisis emocionales ya relatadas. No se como fue que llegó la idea a mi mente. 

Aprovechando mi calidad de abstemio enfoqué mis esfuerzos en emborracharlo. Al mismo tiempo, pero con más cautela, convidaba a beber aella, su novia. Con mucho menos cautela bebían Elizabeth y Fernanda. Parece que habían entendido el juego. Además, me la debían.

En un descuido de los concurrentes, entre las danzas obscenas de la música moderna, mi rival, ebrio hasta el sombrero, se encontró disfrutando sin vergüenza de las carnes de mis cómplices lesbianas que sin un ápice de pudor lo seducían.

Fue tanta la pena ajena, que poco a poco todos nos fuimos retirando. La primera fue ella. El segundo fui yo. La intenté consolar. Mientras sus lágrimas caían sobre un taco de suadero, mi boca se juntó estrepitosamente con la suya y nos dimos tremendo beso, mordiendo nuestros labios y pedazos de cilantro. Fue el primero. Él nunca la pudo recuperar.

-o-

Repuestos de nuestros correspondientes desamores, hoy ella y yo nos besamos en cualquier lado. El paisaje ha cambiado. Nuestros besos no son muy estéticos, como eran los que ellos se daban antes. Me atrevería a decir que, para la audiencia, son bastante feos.
Pero saben deliciosos.

6 comentarios:

Abraham Ramírez Castillo dijo...

Otra vez muy bueno.

Jorge Alonso Espíritu dijo...

Gracias :)saludos!

andrea dijo...

wOralee..!! qee fuueettee..!! :) muuii biien jorge.. me guzttoo mee guzttoo..!! :) zaluudiittoz..!! (:

mINA dijo...

QUE BONITO! GRACIAS POR COMPARTIRLO

Alejandro dijo...

Pues esta bueno, no dire que de mis favoritos, siguele echando ganas carnal ;) Un abrazo

Lashmi dijo...

Me gustó, al principio me costó un poco hilarlo pero ya está, tienes un estilo muy peculiar, tu propio sello =) n.n sigue escribiendo.