No pudo evitar ponerse roja después de decir “te quiero”. La
voz se le quebró un poco, pero obtuvo su compensación cuando el calor se me
subió a la frente y le respondí: "yo te quiero más". Quiso decir algo, no sé qué,
pero no pudo, y entonces me abrazó.
Así era Carolina. Tenía pocas palabras, pero nunca conocí
brazos más elocuentes. Yo creo que era
una cuestión de familia. Sus dos papás tenían que salir a trabajar, así que
ella partía su vida en tres lugares: de ocho a una iba a la escuela, de una a
ocho vivía, comía y hacía tarea en la casa de su abuela. A las ocho su mamá la
recogía y la llevaba a casa para cenar y dormir.
Su mamá se preocupaba mucho. Nunca lo dijo, pero se le
notaba en la cara. Su papá era un misterio para el resto de los niños, pero
Carolina lo quería mucho. Hasta donde sabíamos, trabajaba fuera de la ciudad y
sólo podía verla el fin de semana, el día más divertido.
La conocía desde cuarto grado, cuando tuve que mudarme de
ciudad porque a uno de mis papás lo corrieron del trabajo. Dejamos la casa, el
barrio, la ciudad, para irnos a vivir a una nueva, donde “nos dejaran vivir en
paz”.
Llegar a un nuevo lugar siempre es complicado. Y se
imaginarán el primer día de clases en la nueva escuela. Papá Hugo me llevó
hasta el salón, entré temblando, la maestra me recibió, se despidió de papá y
me presentó ante la clase. “Niños, este es su nuevo compañero, se llama Mario,
como llegó tarde al curso les voy a pedir que lo ayuden a ponerse al corriente”.
Busqué un asiento desocupado y me fui a sentar, aunque estaba algo apartado del
resto del grupo, o tal vez por eso. Antes de un minuto, dos sillas se estaban
moviendo, abriendo un espacio para que jalara la mía en medio de ellas, eran
Ramón y Carolina, quienes me invitaban a sentarme con ellos. De inmediato me
hice su amigo y para el final del recreo ya no me sentía un extraño. Hubo una
conexión, inocente si se quiere, entre yo y los niños del cuarto b, por primera
vez me sentí parte de algo, y lo hice desde el momento en que jugamos futbol en
la explanada, con los suéteres como postes de la portería y el bote de frutsi
como balón.
Al día siguiente las cosas cambiaron en la cancha. Papá
Roberto, que había hablado por teléfono al terminar las clases, había llevado a
casa un balón nuevo pintado con los colores del Barcelona. Lo llevé a la
escuela. Al principio, nadie se animaba a jugar, decían que se iba a hacer feo,
Ramón me explicó que nunca habían jugado con uno original, pero después de
perderle el miedo se armó una buena reta contra el cuarto A. No metí un solo gol
y aunque perdimos, todos hablaban del que metió Caro y los que paró mi mejor amigo.
La maestra Anita era una mujer muy buena y siempre me ayudó
mucho. Aunque puso a los más adelantados de la clase para auxiliarme, la verdad
es que yo terminé ayudándolos a ellos.
Nunca olvidare como intercedió por mí en el primer problema.
Era viernes de fin de mes y los tutores iban a junta para escuchar las
indicaciones que fuera a dar la profesora y exponer sus preocupaciones. Tímida,
la mamá de Arturo levantó la mano y preguntó: “y… ¿no es raro que tenga dos
papás?” Todo el salón guardó silencio, pero
la maestra Anita ni se inmutó y contestó de inmediato. “Pues no es raro. Muchos
aquí sólo tienen en casa a mamá, Paco vive sólo con su papá; usted doña Alicia,
ha sabido muy bien cuidar sin ayuda a su nieta. Todos son diferentes y respetamos
y queremos a todos.
Yo no sabía que hacer. Bajé la mirada y dejé de escuchar lo
que hablaban los adultos, sentí que me ponía rojo y se me iba a escapar una
lágrima. Entonces sentí por primera vez esos brazos delgados, elocuentes, que
pasaban por mi espalda para abrazarme. Era Carolina y a nombre del grupo,
aunque no de todos, me decía: “Te queremos”.
Por entonces no sabía qué era, pero sentí algo muy bonito.
Cuando terminó esa junta, cuando terminó el día y me fui a acostar, no dejaba
de pensar en lo feliz que era en esa escuela, con mi maestra para defenderme y
con Carolina para… para…
2 comentarios:
Jorge, ¿cómo son los brazos elocuentes?
Igual que las palabras elocuentes, dicen todo lo que se puede decir dentro de la imposibilidad de decir algo.
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