Mientras la miraba embelesado, un gato negro y grande permanecía
inmóvil, sentado en la ventana, con la mirada perdida en la noche, cinco calles
más allá de ellos.
Y él la miraba, sin saber del perro que en la azotea de
enfrente dejaba de ladrar para preparar el aullido que dirigiría a la luna, que
no era llena, pero poco faltaba para que lo fuera.
Y no le decía nada y no hacia falta, pero respiraba y su
aliento llegaba, aunque con debilidad, al cuello de ella, descansado en otro cojín,
sobre la misma alfombra.
Y ella movía la mano. Apuntaba al techo y dibujaba espirales,
como las espirales del aire al paso de la lechuza que volaba con extremado
silencio en un lugar a cientos de kilómetros de distancia.
Él la miraba. Observaba el todo brillante de su piel bajo el
brillo de la luz artificial, y miraba la marca de la vacuna que hace años la
había inoculado contra la tuberculosis.
Ella preguntó qué miraba, y él no dijo nada, pero apuntó con
el dedo esa zona, a pocos centímetros del suelo, a la misma altura que tenía el
césped que en el parque esperaba por ser
podado.
Ella se inspeccionó el brazo y vio la cicatriz. Bajó aun más
el tirante de su blusa dejando ver la totalidad del hombro. Las pupilas de él se
dilataron. Ella soltó una pequeña risa.
Apenas se escuchó, como apenas se escuchaban los cantitos de
los grillos, escondidos en algún lugar del pequeño departamento. Lo que
dominaba el sonido, eran las respiraciones.
Con la traslación del tirante, esa fracción de piel tuvo su
apogeo, y entonces él vio de nuevo ese lunar que dominaba casi en la cima del hombro. Pequeño insecto negro. Pedazo
de vacío.
Y al vacío quiso arrojarse, por eso se acercó mientras ella inhalaba suficiente aire para no
producir más sonidos y un hormigueo se le hacía presente desde el abdomen hasta
la vagina.
Colocó la palma de su mano en el dorso de la de ella y con
la nariz escaló el brazo, como araña subiendo en el hilo, mordiendo el codo y estirándole
la piel a manera de descanso.
Ella exhaló, trago saliva y volvió a introducir aire
profundamente. Tensó el trapecio y preparó el hombro, entregado al aire, a la
boca, bello, portentoso. Él espero un segundo allí en la cima, acercó el
aliento y se entregó a la penumbra, al abismo circular donde el ojo humano nada
puede hacer.
Entonces, el gato en la ventana, movió la cabeza.
1 comentario:
Ponle que es para mayores de edad. Está muy perturbador. Ja.
Publicar un comentario