El día de ayer estuve departiendo en un karaoke con bueno amigos y otros que no lo son tanto pero con los que igual me divertí. Entre canciones de Cerati, Jiménez y de otros que no vale la pena mencionar, como fumador pasivo, me fui llenando de humo de cigarro que activó una añeja migraña, cuyos peores años han pasado.
El horrible dolor de cabeza me hizo recordar que fue justamente ese, uno de los motivos que me hicieron acercarme a la bicicleta. Me explico. Asistía a la primaría por las mañanas y mi padre trabajaba desde entonces en el taller que montó en Héroes de Puebla. A mí me tocaba llevarle la comida, que se preparaba en mi casa en la Margarita. Para tales fines existían varias rutas, todas igual de terribles: el Zaragoza era un guajolotero que olía peor de lo que dolían los saltos que daba, el Jaguar era esporádico y cuando pasaba se caía a pedazos; la 49 era vieja y la conducían viejos desaliñados que mantenían en las peores condiciones la unidad, y la 21 eran viejas combis de las casi extintas VW. En todas las anteriores estaba permitido fumar, por lo que todas me mareaban, me daban jaqueca y, en el peor de los casos, terminaba volviendo el estomago.Para evitar lo anterior existían dos posibles soluciones: caminar o ir en bicicleta. Opte por la segunda.
Los tiempos cambiaron y el transporte público también. El aumento al pasaje obligó a los transportistas a mejorar la situación, modernizar las unidades y sobre todo, prohibir el tabaco en el interior de ellas. La verdad es que siguen estando de la fregada. No acabo de entender porque la Secretaría de vialidad les permite, por ejemplo, circular a las vans con pasajeros de pie. Regularmente los que medimos mas de metro y medio vamos doblados y, hay tanta gente que cada viaje parece una orgía de llegues, por decirlo de la forma menos guarra posible. Evidentemente tal escenario es de un peligro bárbaro, sobre todo si añadimos que los choferes rara vez conducen a la velocidad permitida. Pero bueno, la verdad es que sí se porque y, a la luz de los acontecimientos recientes -el subsecretario de vialidad atropello a un colega ciclista luego de rebasar por la derecha- nada me sorprende.
Yo soy una de esas personas que sufren en serio cuando de subirse a una micro, camión o van se trata.
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El gobierno federal, en uno de sus pocos aciertos, aunque ensombrecidos por otros tantos errores, inició una campaña de publicidad en contra de la obesidad y la mala alimentación. Precedida por una serie de carteles lamentables, (la campaña “si comes mucho, te puedes morir” exhibía alimentos que mas que quitar las ganas de comer, antojaban al receptor las tortas calientes típicas del DF o los vistosos cocteles de helado que combatía) la nueva propuesta incluye -aunque de forma tímida- la que para mí, es la única forma de inhibir las malas conductas: cambiar los símbolos que afirman que exitoso es quien se comporta de forma contraria a la sana. “Convive con gente saludable”, afirma el nuevo spot.
Por supuesto el fin mayor de lo anterior, es solidificar la autoestima que parece que los mexicanos tenemos más abajo de lo que están nuestros yacimientos de petróleo. Pero encontrar esa autoestima, de pronto, parece más difícil que encontrar nuevos de los últimos.
Curiosamente, una de las formas más eficaces de trabajar para elevar la autoestima, es la práctica de ejercicio. Las hormonas que se segregan durante la actividad física tienen la nobleza de hacernos sentir mejor integralmente. Ésto es, física, mental, interior y hasta espiritualmente. Como un círculo virtuoso. Basta con probarlo una vez.
Y por supuesto, la bicicleta, después de la natación, es uno de los deportes más completos que existen, además de lo divertido que es. La bicicleta es, dicho en otras palabras, una forma de quererte. De querer estar sano, fuerte, completo, en paz.
Suena bonito. Y lo es. Al poco tiempo de iniciar con la pedaleada el lector notará como los músculos comienzan a tonificarse, el sobrepeso empieza a ceder, se vuelve más sencillo realizar trabajos intelectuales y, lo más importante, el humor mejora. Sólo se trata de quererse un poco.
Pero claro, eso de quererse implica también protegerse. Sobre todo para quien como yo, vive en una ciudad. Lo primero es practicar en lugares seguros, si es que aun no se domina el manejo de la bicicleta. Si es el caso contrario, nunca hay que olvidar que la ciudad no está hecha para la gente, por más que nos duela aceptarlo. Conducir a una velocidad moderada permitirá -como debería ser con los automóviles también- maniobrar en situaciones de peligro.
A esto hay que añadir el uso de casco, el mantenimiento de los frenos, el acomodo del asiento y siempre, siempre ser visible. Como dicen los de BiciUrbana, nadie va a cuidarte, tu vida depende, en la mayor parte, de ti mismo. Si te quieres, estás del otro lado.
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Viajaba de regreso al Distrito Federal, después de una de mis visitas a mi Puebla, cuando vi algo sensacional: en uno de los camellones, sobre avenida Iztaccihuatl, casi llegando a la Tapo, un grupo de mujeres bailaba zumba. Es el tipo de cosas que cambian la ciudad.
¿Han visto la cara de hastío que regularmente se cargan quienes viajan en el transporte público? La mayoría sueña con comprarse un auto y salir de ese tormento que les significa compartir lugar con decenas de personas cada día. Pero basta un viajecillo en hora pico, atento a las ventanillas, para ver como los automovilistas que pierden horas de su vida anclados en el asiento de su coche, tienen las mismas caras de estrés y enojo, que quienes sueñan con comprarse un coche.
En contraposición, les aseguro, que casi nunca verán a un ciclista enojado (cansado sí, pues es común que los trabajadores de obra viajen en bicicleta después de duras jornadas de trabajo), salvo en aquellas ocasiones que un gandul desquita sus frustraciones atentando contra uno de nosotros. Pero esas son los menos de las ocasiones.
Estaría chido que un día toda la gente viajara en bicicleta a sus trabajos. De seguro, casi todos irían con una sonrisa y, en una de esas, elevamos la productividad y el producto interno bruto.
Pero mientras eso pasa, hagámoslo por nosotros mismos. Sólo se trata de querernos un poquito más.
Epílogo
Si por alguna razón no puedes andar aun en bicicleta, camina más. Nunca somos tan humanos, como cuando nos volvemos peatones. Práctica el ejercicio que más te agrade y tu vida ira cambiando de a poco.
Fotografìa: Eleven factory