Miedo

Estar en un hospital es una experiencia horrible. Más si el hospital es público y te encuentras en la sala de urgencias.

Hace una semana tuve el infortunio de ser internado en el hospital general del norte de Puebla. En mi caso hubo algo que acentuó la desesperación: estar en la camilla del lugar supuso enfrentarme a mis grandes miedos. Por todos lados deambulaba la fragilidad del ser humano, encarnada en la enfermedad y la vejez, en los traumatismos y la desesperación, en los diagnósticos inciertos y el estado de coma, en el llanto y los gritos de dolor, en la sed, en la soledad y en el miedo.

A menudo nos dicen que la vida es hermosa, que hay que disfrutarla, beberla, ser felices.... yo no lo creo (aunque algo de razón tiene). La vida es un chiste del humor mas negro. Poco menos que horrible. Y no lo digo sin conocimiento de causa, por afiliación al club de los deprimidos fashion, por bohemio postmoderno o rockero asoleado del chopo. No, en realidad es mi adicción al mundo real (tal vez mas dañino que la de los estupefacientes) la que causa este estado de pesimismo permanente.

A pesar de eso no creo que todo este perdido ni que la totalidad del mundo sea espantosa. La belleza aun subsiste y se convierte en la única esperanza y acaso en uno de los pocos remedios contra el miedo. Ese miedo de todos los días que nos detiene, nos pega los pies al asfalto, del que estamos consientes pero que de una forma u otra se adhiere a nosotros, no no los podemos despegar.

Miedo. Estoy lleno de miedo. Lo reconozco y se que me hace daño pero ¿que hacer? Desahogarme escribiendo lineas como estas y pidiendo al lector disculpe la tardanza de estos post´s pues para colmo, he quedado marginado de los servicios informáticos por un tiempo, por lo que habrá mas espacio entre entradas.

Hasta entonces buscaré una cura de miedo y si usted, mi estimado amigo, encuentra la suya, pido tenga la cortesía de enterarme. Con afecto, un eco taciturno.

Pintura de Johan H. W. Tischbein. La gran sombra, 1805