La vida loca

En El Salvador se vive la vida loca.

Los rencores se cultivan día a día; luego crecen, maduran, se transforman en la maleza aquella que aparecerá en la televisión como muestra de la decadencia. Mara Salvatrucha, Mara 18. Los expulsados, los perseguidos, los rebeldes, los que no son, aunque sean.

En El Salvador se llora. Se llora por el hermano, por el primo, por el perro, porque falta dinero, por la madre que abandona a su hija, por el ojo perdido en el campo de batalla. ¿Cuál batalla? La eterna batalla entre la Salvatrucha y la 18, entre la policía y la 18, entre la vida y la 18.

La 18, esa banda de proscritos tatuados que florece en las entrañas de San Salvador. Esa banda que Christian Poveda retrata en su poderoso documental “La vida loca”, metiéndose a lo más profundo de la vida de los 18eros. A lo más profundo del peligro. Esa banda a la que Poveda aprendió a querer en una empresa que se llevó su vida, cuando a punto de estrenarse su film fue baleado en las calles de la ciudad centroamericana.

Y por qué no se va a vivir a otro lado. Pregunta con chocante tono la juez de distrito a un joven que no puede escapar de la violencia de todos los días. Le pregunta y del otro lado de la pantalla preguntamos si esa es la solución; o si la solución son las interminables redadas donde capturan a madres de familia, adolescentes, jóvenes panaderos, todos compañeros; las redadas donde se fabrican culpables y se vota por un sistema violento que busca erradicar a violencia.

En El Salvador se muere. Se muere de bala, de dolor, de tristeza, por el amigo asesinado. Amigo hermano. La 18 es un refugio, una comunidad, una familia. Una familia donde se ayuda, donde se quiere y se maltrata, donde se intenta salir adelante con tinta en la cara y un churro en la boca. Un refugio donde no te puedes refugiar de la muerte.

En El Salvador la muerte es rápida y La Vida Loca… también en México, Guatemala, Honduras, Costa, Colombia….