tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto
nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto
nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa
Mario Benedetti
Aquella mujer,
la testigo de Jehová, falleció hace poco.
Quizá no la
recuerdes, pero la conociste por 5 minutos, acaso 2 más. A pesar de los escasos
minutos, ella no te olvido, como yo no pude olvidar esa tarde.
No estabas más
bonita, ni más radiante de lo normal. Tu cabello, como el de los miles de
personas que caminaban hacia cualquier lado, lucía las consecuencias del viento
y la humedad. Era un cuadro gracioso: el DF rindiéndose ante febrero. Pero
destacabas. Siempre lo haces.
Caminamos, yo
vestido como un vago y tú con la nariz enrojecida a causa del catarro. Nuestras piernas (¿te
diste cuenta?) avanzaban sincrónicas: izquierda, derecha, sin tocar línea.
Lucíamos hermosos. Lo digo yo, pero también la fotógrafa que, en la avenida
Juárez, se detuvo al otro lado de la acera.Yo te aposté que apretaría el
obturador para guardarnos, y lo hizomientras caminábamosentre decenas de
transeúntes.
Tú no lo
supiste, pero Marcela obtuvo un premio por sus fotografías y un par de meses
después colgó nuestro retrato en las rejas de Chapultepec. Fue su primera
exposición y, desde entonces, no ha
parado de tener éxito. Cuando esto pasó, tú ya estabas lejos de la ciudad. Ella
me vio sonreír frente a la foto y se acercó. Nos hicimos amigos. Poco después
me regaló una reproducción, que encontrarás enmarcada en el escritorio de mi
estudio. Por eso sé, no lo recordaba, que tu blusa era blanca. Y que todos
alrededor de ti eran oscuros.
La ciudad es un
ente antropófago. Esa era nuestra tesis mientras intentábamos cruzar, sin
éxito, esa calle que lleva al monumento
de la revolución, con minúsculas. Pasamos por las fuentes de piso sin mojarnos.
Luego, la gente comenzó a empaparse y tú te reías y yo te observaba.Entonces te
supe Amiga, con mayúscula. Fue cuando
apareció aquella señora, con su bolsa de mano en una y con la Biblia en otra.
Ya debes recordarla.
“Miren qué feo
está el mundo” nos predicaba, mientras
tú asentías con los mejores modales, esperando que ella se apresurara. Y yo
sonreía. ¿Feo? Si en ese momento todo era tan bonito porque estabas tú. Allí me
di cuenta. Me enamoré de ti. Tal vez debí decirlo. Tal vez no.
Tal vez tampoco
debí regresar, pero lo hice y se volvió rutina.
Cada viernes de tarde, desde que te fuiste, con una devoción casi judía,
asistí a la puesta de sol en el mismo lugar, con minúsculas. Y ella cumplía su
misión. Pronto notó mi costumbre. Uno de esos días se acercó a mí, cerró la
Biblia y disparó: La extrañas, ¿verdad? Mucho, pensé y ella escuchó.
Conocí a su
hija. No era muy religiosa. Cuando la dejé, su madre entendió. Otras dos
mujeres y una más, llevaron sus piernas a mi cama. La última sólo tenía una. Supongo
que en todos los casos faltó sincronía. Con ellas, la propaganda procastidad
editada por la sociedad de Testigos de Jehová en México, comenzó a llegar a
casa. Siempre me sacó una sonrisa.
“Qué feo está
este mundo últimamente”, me dijo la última vez que la vi y supe que hablaba de
tu ausencia. “Pero pronto todo será más lindo”, y ya no supe de que hablaba.Alcancé
a ver su reloj, faltaban ocho minutos para las 8. Esa noche falleció. Al día
siguiente, una horda de chistosos se congregó frente al monumento a bailar la
coreografía de un programa de televisión que no vale la pena mencionar. Se
murió a tiempo para no verlos.
Pero acertó en
algo. Tu estabas a punto de regresar y no sabes lo feliz que mi hizo saberlo. Y
saber que estarías aquí. Tenía razón Mario; las cosas más triviales se vuelven
fundamentales y ahí me tienes, reorganizando toda mi vida, toda mi casa, todo
el DF, por si acaso.
No sé cómo
regresas. No sé cómo vas a reaccionar. Pero he soñado casi todas las opciones.
Te besé en la noche. Te besé en una de las paredes de esta galería. Me besaste
arriba de tu árbol, como si fuera CósimoPiovasco
de Rondó y tú fueras Viola, o más bien, como si tu fueras la baronesa rampante
que llegó saltando sobre las copas de los árboles y así, colgada de cabeza, con
tu cuerpo de bailarina sosteniéndose en la rama más alta, me besaste cómo sólo
tú podías.
En el peor de
los sueños, te negaste a hacerlo y, en el mejor, nos besamos en el Monumento a
la Revolución, con mayúsculas, quiero decir en tu cama.
Pero la vida es
sueño y los sueños, sueños son. No sé que estarás pensando ahora, pero sé, en
cambio, que algo de esa pasión que tengo, más bien, que me tiene, te tiene a ti
también. De otra forma hubieras tomado un taxi para llegar a tu casa, o
hubieras pedido que alguien pasara por ti a la terminal. En vez de eso elegiste
el metro y no tomaste ni el primero, ni el segundo, ni el quinto, ni el sexto
vagón, sino el siguiente, el que tiene la puerta justo frente al anuncio de
mayonesa, el vagón donde te dije lo bonita que eras. Y mientras abordabas sonreías como haciéndote
una pregunta que no conozco, pero espero que sea “¿Cómo estarás tú?”
Por fin, llegó
el momento de vernos. Y preparé también estas líneas, que no debí decir aquí,
pero te extrañe tanto. Te amo tanto.
A los demás, a los
que vinieron a la inauguración de esta exposición, les pido que me disculpen.
Las fotos están lindas, de verdad. El segundo salón contiene nuestra foto. No tiene
nada que vercon las “Alucinaciones subterráneas” que vinieron a ver, pero
convencí aMarcede incluirla en la colección. Perdón de nuevo.
Ahora pediré a
Marcela que me acompañe a cortar el listón, para que puedan admirar sus
fotografías, y luego te pediré a ti que nos fuguemos, afuera hay cosas que, por hoy, valen más la
pena. Hay opciones. Ocho. Tal vez más.
(imagen; azutoyourdinner.blogspot.com)