miércoles, 18 de enero de 2012

6:00 (relato)



Es la misma mujer. Yo lo sé. Todas las mujeres son ella.
¿Y si no fuera  ninguna?

Todas las noches son ella.  Y es el mismo día. Yo lo sé.
Pero luego despierto. Entonces olvido.

Nada más.

Luego la busco. ¿Pero cómo encontrarla?
Podría ser la mujer que pasea al maltés pachón.
Podría ser la de la bicicleta morada. O la de la falda rosa.
Podría ser la adolescente de la librería. También la mujer del parque.
O ninguna.

Habría que encontrar un algoritmo que tome en cuenta mis limitaciones, mis virtudes, gustos y preferencias.
Seguramente encontraríamos que, en la variable de mis defectos, pocas opciones tengo.
Que todas podrían ser ninguna.
Quién podría aguantarme.
Y vamos, a quién podría aguantar.
La compatibilidad es cosa seria.
Música afín, paseos, ejercicio, lectura, lugares, amigos, sabor de helado, comidas, relación con los suegros, hora de dormir y despertarse...

¿Cómo encontrarla? Si nunca fui de reuniones, ni amores de antro.
¿Acaso he de esperar sentado en la banqueta, esperando que pase y la reconozca como la mujer de mi sueño?
Esa mujer, por ejemplo, la de la blusa negra, camina como la mujer de mi sueño.
Pero pasa. Y nada más la veo.
Uno no anda por la vida -por la banqueta- esperando ver una mujer desconocida, con la sonrisa exacta y algún defecto de más, con una manía evidente en tres segundos, para abordarla y ofrecerle algún café, y de paso, el corazón en pan de dulce.

- Me puedes decir la hora- pregunta la chica de lentes.
- Las seis en punto
- ¿Te puedo invitar un café?
- Ah........?
-Hay uno muy bueno aquí a la vuelta.
-S... sí.
-¡Que bien! Pensé que no aceptarías. Uno no anda por la vida...

imagen tomada de Revista Areté

miércoles, 11 de enero de 2012

Sólo por una vez (relato)

¿En cuántas palabras puede caber está historia? En millones. Pero seré breve.

Has de saber, en primer lugar, que estadísticamente seríamos una pareja perfecta. Emocionalmente somos afines. Biológicamente somos el uno para el otro. Incluso, zodiacalmente, ella es picis y yo acuario. Pero mira que la vida esta llena de casualidades, errores estadísticos, emocionales, biológicos, zodiacales, crueles. Yo soy el mejor amigo de mi amigo, y ella es su novia.

¿Cuándo empezó? No se. Supongo que lo supe desde el primer momento. Quiero decir, cuando me la presentó. No es muy común que de repente veas a alguien a los ojos y pienses “qué bonita mirada”. No sus ojos. Su mirada.

Al principió no es un problema. Simple gusto. Ya sabes. Te sientes bien cuando la ves. Disfrutas platicar con ella. Bueno, nos vemos. Que la pasen bien. Y ya. Pero un día, quién sabe por qué, te descubres pensando en ella.

Sucedió que empezó a meterse en mi cabeza. Cada vez de forma más frecuente. Por eso decidí dejar de frecuentarlos. Nuestras salidas dejaron de ser comunes, pero cuando sabía que nos veríamos no podía evitar sentir una enorme alegría.

Entre algunos cafés y algunas charlas, me fui memorizando su rostro. Cada gesto. Cada lunar. Ignorando si ella se daba o no cuenta. Esperando, muy en el fondo de mí, que así lo hiciera.

Algunas veces, de noche, imaginé que la abrazaba. Que me abrazaba. Al cabo en ese fuero, no podía ser culpable de nada.

A la par fue creciendo un enorme cariño salvavidas. Decir que la quería no era una mentira, aunque aquella frase siempre estaba cargada de una ambigüedad dolorosa.

Y ya sabes. Cualquier gesto descuidado, mirada de refilón, sonrisa espontanea, significó una esperanza. Pero… ¿esperanza de qué?  Si nunca dejó de ser la novia de mi amigo.

En definitiva, uno no puede sujetarse a semejantes asideros. Por eso hice lo que decidí hacer. Y no quiero interpretar al destino, si es que tal cosa existe. Pero por alguna razón, sea la mía o sea otra, la ocasión llegó.

¿Correcto? Eso no me toca decidirlo. Le tocará a ella. A él. A ti.

Aquel día nos sentamos en el mismo sillón de aquel café. Solos. Platicamos no se cuanto tiempo. Me temblaba el pecho y las manos. (Aún, mientras lo cuento, me invade cierto temblor. Cierto nervio que me produce lo mismo una sonrisa que alguna lágrima). Por primera vez no pude verla a los ojos. Ver su mirada. Mi voz, por momentos, se cortaba. Mis movimientos resultaban erráticos.  El café y ella me provocaban escalofríos.

Cerré los ojos por un momento.

-¿Qué tienes?
-Me gustas – dije, y de inmediato me arrepentí de las palabras elegidas.
-¿Te gusto?
-No. Me encantas.

No pude ver su expresión. Mi cabeza apuntaba hacia el café, pero mis ojos volvieron a cerrarse, victimas de una emoción y una tristeza indescriptibles.

Le conté entonces lo que ya expuse.  No podía mirarla. De vez en cuando alcanzaba a verla de reojo. Cuando eso pasaba descubría una mirada tan tierna que por momentos me calmaba y, en una ocasión encontré una sonrisa de comprensión, como si ella ya supiera lo que contaba.

Por supuesto, nunca esperé que esa plática sirviera de algo. Que ella dejara a su novio o sin dejarlo me aceptara. No. Pero ella hizo más de lo que yo esperaba. “¿Y?”.  Preguntó de forma inesperada. Qué diablos significaba aquello. ¿Que no importaba y seguiríamos siendo amigos? ¿Era de verdad una pregunta? No sé.

Coloqué mi mano en su muñeca. La acaricié con el pulgar. Sin verla. Tragué saliva. Y sin pensarlo, murmuré o imagine que murmuraba mientras decía algo que en el fondo decía:

“Un beso. Sólo un beso. Sólo una vez probar tus labios. Tu saliva. Respirar de cerca tu respiración. Sólo una vez  y después ser amigos hasta donde la vida quiera.  Sólo una vez, como un favor a quién te quiere como nadie. Sólo una vez y si lo prefieres desaparezco. Un beso.”

Levante la mirada y ella cerró los ojos por unos segundos, sorprendida. Tomó aire y apretó el puño, sin responder. Finalmente abrió los ojos y se encontró con los míos.

-Besarte, sólo una vez –repetí…